La cuestión de si el ser humano está biológicamente adaptado al carnivorismo ha cobrado relevancia en los últimos años, especialmente en el contexto de dietas evolutivas como la «paleo», «keto» o la «dieta carnívora». Sin embargo, durante mucho tiempo, las respuestas a preguntas como «¿qué comían nuestros antepasados antes de la agricultura?» no estaban del todo claras y se basaban en hipótesis poco verificables. Con la publicación del estudio titulado «The evolution of the human trophic level during the Pleistocene», realizado por Ran Barkali, Miki Ben-Dor y Raphael Sirtoli, se presenta un sólido argumento que apoya la idea de que el ser humano evolucionó como un hipercarnívoro.
Un nuevo enfoque en la evolución alimentaria
Este estudio ofrece evidencias concretas que respaldan la hipótesis de que nuestros ancestros ocupaban un lugar elevado en la cadena alimentaria, similar al de los depredadores apex, al menos durante gran parte del Pleistoceno. A diferencia de la creencia de que éramos omnívoros generalistas que recolectaban una amplia variedad de alimentos, el análisis sugiere que los humanos prehistóricos centraban su dieta principalmente en la caza y consumo de grandes presas. Esta preferencia no era casual, sino una estrategia evolutiva basada en la eficiencia energética y la obtención de nutrientes de alta calidad, lo que permitió el crecimiento del cerebro humano y otros desarrollos fisiológicos.
Evidencia del consumo de carne en la evolución humana
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Fisiología digestiva: La anatomía y fisiología humanas indican que estamos adaptados para metabolizar grandes cantidades de carne. Por ejemplo, el tamaño y la estructura de nuestro intestino delgado y estómago son más similares a los de otros carnívoros, lo que sugiere una dependencia evolutiva del consumo de productos de origen animal. El alto nivel de acidez del estómago humano también se asemeja al de los carroñeros y carnívoros, lo que facilita la digestión de carne cruda y ayuda a destruir patógenos potenciales.
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Tamaño del cerebro: La rápida expansión del cerebro humano durante el Pleistoceno coincide con la adopción de una dieta rica en grasas y proteínas animales. El cerebro es un órgano que consume gran cantidad de energía, y las grasas animales, particularmente los ácidos grasos omega-3, proporcionaron la densidad energética necesaria para su crecimiento. Esta relación entre el consumo de carne y el desarrollo cerebral se observa claramente en el registro fósil.
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Reserva de grasa y ayuno: A diferencia de otros primates, los humanos tienen mayores reservas de grasa corporal, lo que indica una adaptación evolutiva a períodos prolongados de escasez de alimentos. La capacidad de entrar rápidamente en un estado metabólico de cetosis (donde se quema grasa en lugar de glucosa para obtener energía) es otra característica compartida con los carnívoros.
La caza y los grandes animales
Durante gran parte del Pleistoceno, la megafauna (mamíferos de gran tamaño) era abundante y constituía una fuente rica en nutrientes. Nuestros antepasados cazaban animales como mamuts, bisontes y elefantes, lo que les proporcionaba grandes cantidades de carne y grasa. Esta preferencia por cazar grandes presas se explica por la mayor eficiencia energética comparada con la recolección de alimentos vegetales, que requerían más esfuerzo y ofrecían menor valor nutritivo.
Cambios en la dieta y la adaptación genética
Los seres humanos han desarrollado adaptaciones genéticas específicas que los diferencian de otros primates, como la capacidad para digerir y metabolizar grasas animales de manera eficiente. Estudios recientes han identificado diferencias en la expresión de genes relacionados con la digestión de grasas y la producción de enzimas como la lipasa, que facilitan el procesamiento de carne y grasa animal.
No obstante, el estudio también reconoce que con la llegada del Neolítico y la agricultura, la dieta humana cambió de manera significativa. Este cambio se reflejó en una disminución del tamaño del cerebro y en una mayor dependencia de los carbohidratos, pero la evolución previa basada en el consumo de carne dejó huellas genéticas y fisiológicas claras.
Conclusiones sobre el carnívorismo humano
El estudio de Barkali, Ben-Dor y Sirtoli ofrece un argumento sólido para sostener que el ser humano evolucionó como un hipercarnívoro, es decir, un depredador que basaba su dieta en el consumo de animales grandes. Aunque hoy en día la dieta humana ha cambiado drásticamente, los patrones alimenticios de nuestros ancestros cazadores-recolectores, que incluían grandes cantidades de carne, siguen influyendo en nuestra biología.